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Sí a la paz, no a la polarización

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Polarizar un país en torno a dos figurines oligárquicos, defensores y representantes del modelo económico que ha vuelto trizas a los pobres, empobreciéndolos hasta el tuétano y enriqueciendo minorías de magnates, sí es, más que un atropello, una estupidez (¡oh, Fouché!).
Por: Reinaldo Spitaletta

Y que la polarización la impulse un sujeto que cuando era mandatario advertía que en el ubérrimo país no había conflicto armado, sí es, como decían en Antioquia, la tapa del congolo.
La paz, derecho inalienable, no es para politiquear. Ni de un bando ni de otro. Es una reivindicación del pueblo, una necesidad, una conquista. Así que no se diga que los que están a favor de la paz, de una salida política negociada al conflicto armado colombiano, son comunistas (que ahora es como decir godos), o “castrochavistas” (una etiqueta de mal chiste uribista), o santistas (qué horror). Y que los que quieran votar en contra de la paz, allá ellos, es porque desean que “la Far” continué dando bala.
Lo raro es que casi todos los que quieren el “no” (que puede ser un sí, o tal vez un quizá, un no se sabe, qué sé yo, yo no sé qué, y así…) sí están del lado del “señor de las sombras” que hizo, con paramilitarismo y todo, con “falsos positivos” y todo, que ganaderos y terratenientes volvieran a las “finquitas”.
Con el mismo que creó una zona de despeje en Ralito, que tuvo en el congreso un explosivo porcentaje de caimanes de los “paracos”, que nombró en la diplomacia a un asesino de un alcalde, que promovió la corrupción para que le aprobaran el “articulito” de la reelección. Y de ese modo hasta poner a “buenos muchachos” a “chuzar” en el DAS a opositores, periodistas, magistrados…, pagar una suite hotelera  a un delincuente, en fin (ya casi nadie recuerda la yidispolítica, ni a Teodolindo, ni las reformas antiobreras, ni el marchitamiento de la salud en Colombia, ni el apoyo a Bush y su bárbara invasión a Irak, etc.).
Falta todavía que en la campaña por el no a la paz (a la que tienen derecho, claro) comience un proceso de estigmatización de los contendores, de los que sí apoyan que “las Far” se desmovilicen y dejen las armas, a los que se podrá tildar de “guerrilleros de civil”, “comunistas disfrazados”, “colaboradores del terrorismo”, como se estilaba en los ocho años de gobierno del “príncipe”.
El plebiscito por la paz tiene implícita la posibilidad de continuar la guerra, en caso de ganar el “no”. No hay punto medio. Pero, además, hay otros interrogantes filosóficos y de ley. ¿Cuáles deben ser los términos de la amnistía para que los acoja la guerrilla? Pero, a su vez, como se sabe, esta debe hacerse tras la refrendación de los acuerdos. ¿Las Farc entregarán las armas antes de aprobarse o no la Ley de Amnistía?¿Y si gana el “no” ¿para ese momento ya la guerrilla habrá entregado su armamento? Falta, dice uno, más pedagogía para esos intríngulis.
En esta etapa de las negociaciones es cuando más información se necesita, al margen de ubicar en el panorama de la opinión solo las ganas de dos señorones oligárquicos que con la guerra y la paz aspiran a bustos y placas históricas.
Las negociaciones habaneras han traído en cuatro años una disminución notoria de secuestros, atentados, campos minados, desplazamientos forzados (en un país que, después de Siria, tiene el mayor número de ellos en el mundo) y menos víctimas del conflicto armado, entre las que están las de los “falsos positivos”, una infamia que llevó a desaparecer y matar a seres humanos que nada tenían que ver con las guerrillas, entre los que había discapacitados, tanto físicos como mentales, a los que se hizo pasar como “dados de baja en combate”.
La construcción de la paz, un derecho y un deber de todos, tiene que aislarse de los intereses personalistas, politiqueros y de otra índole de dirigentes que, si se mira bien, han convertido a Colombia en su coto de caza y en solar para la presencia arrasadora de transnacionales y otras desventuras. Hay que decirle “no” a una polarización que, en esencia, va contra los intereses populares. Quizá una frase atribuida al arzobispo Desmond Tutu pueda ser parte de esta etapa de la búsqueda de la paz: “Ellos no merecen nuestro perdón, pero nosotros merecemos perdonarlos”.

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